Por: Adriana Rojas / Tiempo de lectura: 10 min
La psicología sabe que muchos de los traumas que llevamos de adulto son producto de cosas que vivimos en la niñez. Especialistas ofrecen alternativas para atender a tu niño interior.
Sentada sobre el sofá, acurrucada, con las piernas rodeadas por sus brazos, Any solloza desconsolada. Está confundida, se siente perdida.
Tiene más de 40 años y no se explica su reacción. Lo único que sabe es que tiene un montón de sentimientos que la hicieron explotar. Emociones que súbitamente emergieron, sin poder controlarlas. No es la primera vez que esto le sucede, su comportamiento es recurrente.
A los ojos de algunos familiares, ella exagera. Consideran que fue solo un evento sin mucha importancia lo que desencadenó su crisis, que no hay razones objetivas como para que haya tenido ese arrebato. Pero lo que ellos desconocen es que Any carga con heridas de su infancia, y que algunas palabras o acciones, las detonan. Son emociones de aquel primer momento de su vida que parecían reprimidas, pero que emergen de manera imprevista.
Como Any, quizás muchas veces tú misma no entiendes tus reacciones, tus emociones o tus pensamientos, y te preguntas por qué actúas de una determinada manera. O te sientas mal y arrepentida de haber dado alguna mala respuesta, o puede que en ocasiones te sientas como un barco a la deriva, o peor, permites que alguien esté tomando el control de tu vida, ahora que ya eres adulta.
Esto, según los terapeutas, tiene una explicación: las heridas de tu infancia pueden ser la raíz de todos esos comportamientos del presente. Distintas corrientes de la psiquiatría y la psicología han desarrollado el concepto de “niño interior”, para entender esas situaciones que aún no han sido curadas, y se abren continuamente de forma inconsciente, afectando la vida actual.
Ir al fondo, descubrir qué sucedió en nuestra niñez, parece ser la clave para entender por qué somos cómo somos, qué nos hace pensar, sentir y actuar de determinada manera. La psicología, pero también otras terapias complementarias, pueden ayudar a sanarnos.
El niño interior es un concepto nacido de la terapia Gestalt, (una corriente de la psicología dedicada al estudio de la percepción humana), que se refiere a la estructura psicológica más vulnerable y sensible de nuestro “yo”.
El concepto del niño interior también fue abordado por el psicólogo suizo Carl Jung (1875-1961), quien vio al niño interior como un arquetipo -un aspecto de la personalidad que emerge en determinados momentos de la vida-, que representa la parte inocente, sensible y llena de asombro de la persona.
Giovanna Muñoz, especialista en psiquiatría y psicoterapeuta integrativa, explica que el concepto de niño interior abarca dos aspectos. “Cuando nacemos somos esencia pura y tal como una semilla de un árbol que, aunque es muy pequeña, en ella se contiene todo lo que ese árbol puede ser - el más alto del bosque, el de las flores más bellas y los frutos más exóticos, el que da sombra y cobijo para muchos. Así somos nosotros: nacemos llenos de potencialidades. Sin embargo, vivimos experiencias desde el momento mismo en que somos concebidos, y esto conlleva a que ese ser esencial, esa semilla divina, empiece a incluir en su programación, vivencias gratificantes, muy positivas, así como traumas que se convierten en heridas inconscientes muy profundas”.
Nuestro niño interior tiene una parte sana y una parte herida, subraya Muñoz. “La primera se manifiesta cuando actuamos espontáneamente, somos auténticos, disfrutamos, damos y entregamos amor. Y la parte herida se expresa cuando actuamos de forma infantil, inmadura, irracional. Cuando el miedo, la rabia y otras emociones insanas dominan nuestra vida y nos llevan a actuar de forma desproporcionada y que no se corresponde con lo que está sucediendo”.
El niño interior funciona como una metáfora de una etapa en que el individuo todavía era inocente y lleno de potencialidades, pero también, de los momentos en que las necesidades no fueron cubiertas.
“Todos llevamos dentro un niño pequeñito. Me refiero a ese niño que es sinónimo de alegría, creatividad e imaginación, pero también de miedos, angustias y desconcierto. Este niño interior, con sus luces y sombras, se refleja en muchos de nuestros actos cotidianos y en las decisiones que tomamos”, refiere un artículo publicado en la página web "El Prado Psicólogos", que firma la directora del gabinete de psicología del centro, Rosario Linares.
Un niño interior herido puede hacer que un individuo se sienta indigno, e inseguro desde la niñez hasta la edad adulta. “El niño interior se forma fundamentalmente a partir de las experiencias, tanto positivas como negativas, que tenemos durante los primeros años de la infancia. Dependiendo del tipo de experiencias y de cómo las interiorizamos, el niño interior puede ser una ‘personita’ alegre, optimista y sensible o, por el contrario, alguien temeroso de la vida, enfurruñado e irascible”, apunta Linares.
Con el paso del tiempo, añade, “este niño se va escondiendo en lo más profundo de nuestro ser, pero sale a la luz en determinadas circunstancias, como, por ejemplo, cuando revivimos un miedo que, como adultos, no debería atemorizarnos. La mayoría de las personas no se percatan de la existencia de este niño interior, pero lo cierto es que en ocasiones es él quien decide cómo respondemos ante determinadas circunstancias”.
Las huellas del acoso, el abuso y la negligencia en la infancia, pueden reprimirse, pero tarde o temprano emergen en la vida adulta, si no son resueltas. La psicóloga Victoria Cadarso, autora del libro Abraza a tu niño interior, invita a ir a nuestro interior, a nuestro yo verdadero, para conocer que ese niño interior se ha escondido para no sentirse vulnerable; creando una estructura defensiva que le proteja del dolor de no poder mostrarse como realmente era sino como esperaban otros que fuera. Considera que las experiencias de falta de amor que padecimos en la infancia explican, por ejemplo, por qué elegimos parejas inadecuadas, intentando resolver carencias.
Al niño interior se le hiere de muchas formas. Y no necesariamente tenemos que vivir experiencias traumáticas para tener una herida de la infancia. “Inevitablemente todos hemos pasado por momentos difíciles cuando éramos pequeños. Las experiencias vividas desde que somos concebidos, los 9 meses de la gestación, el momento del nacimiento y hasta los primeros 7 años de vida, conforman el material básico de nuestra experiencia vital”, comenta la psiquiatra Muñoz.
Un bebé demanda atención y cuidados continuamente, y es muy difícil satisfacer absolutamente todas sus necesidades, explica Muñoz. “Entonces ese pequeño empieza a hacer interpretaciones con base en el confort o disconfort que siente. A nadie le enseñan a ser padre y si, además, esos padres no han hecho trabajo personal - es decir, sanar sus propias heridas-, desde la ignorancia emocional y la inconsciencia, posiblemente va a desatender todas esas necesidades de afecto que tiene el niño”.
Un caso representativo es cuando un bebé recién nacido es separado de su madre porque se ha complicado el parto, y ni el bebé ni la madre están bien. “Ese bebe por su condición clínica es dejado en una incubadora. Ese hecho se convierte en sí mismo en un evento traumático, ya que lleva 9 meses sintiéndose uno con la madre. El bebé no tiene la capacidad para comprender las razones por las cuales debe permanecer separado de su madre e interpreta que esta lo ha abandonado, que no es importante para ella”, explica Muñoz.
Paula Ocampo, coach transpersonal, coincide en que los 7 primeros años de vida son fundamentales para desarrollar la personalidad de adulto. “Si vivimos experiencias traumáticas en estos años, las consecuencias son devastadoras y se ven reflejadas en la falta de autoestima, adicciones, depresión, ansiedad y demás condiciones que en muchos casos no sabemos de dónde vienen, pues incluso se pudieron dar en el vientre de nuestras madres”.
“Cada situación no resuelta, no sanada, no amada, va creando nuestro mapa mental, cómo vamos a ver la vida a partir de ese momento”, recalca Ocampo para quien tener un niño interior lastimado, trae consecuencias en nuestra etapa adulta.
“No sentimos amor por nosotros mismos, no nos respetamos y no estamos agradecidos por el milagro del cuerpo y de la mente; mendigamos amor, ponemos las necesidades de los otros por encima de las nuestras, buscamos la aprobación de los demás como lo hacíamos con papá y mamá”, añade Ocampo, quien es especialista en terapias de Ho’oponopono e International Speaker.
Linares agrega que si una persona tiene miedos irracionales, se ve arropada a menudo por sentimientos de rencor, odio o tristeza, responde de manera desproporcionada ante situaciones que no son realmente tan importantes o sabotea sus metas constantemente, es probable que su niño interior esté dañado. Una de las manifestaciones recurrentes puede ser el miedo crónico al rechazo.
Los especialistas concuerdan en que sí es posible sanar al niño interior. “De hecho, es un deber sanarlo. Solo que esto no es cuestión de un fin de semana en un taller, o una sesión de terapia. Esto es un compromiso de todos los días, es una toma de conciencia permanente. Así como el amor es una elección diaria, nuestro crecimiento personal y la sanación de nuestras heridas es también una elección”, resalta Muñoz.
Explica que sanar el niño interior implica que el individuo “desaprenda para volver a aprender a ver la vida de otra manera, con otras interpretaciones y significados”.
Ocampo añade que se puede lograr sanar al niño interior, aunque esto involucre hacer un trabajo de terapia individual intenso y a veces no muy placentero, ya que “debemos tocar esas heridas no trabajadas que nos producen un dolor muy grande a pesar de que han pasado años. Es un trabajo de consciencia plena y observación”, afirma.
Expresa que, para sanar, en primer lugar, hay que tomar consciencia que fuimos heridos. En segundo lugar, hay que aceptar el dolor que sigue estancado en el cuerpo y el inconsciente, y la persona debe permitirse sentirlo. Y, en tercer lugar, hay que comenzar a conocerse. “Muchas veces lo que éramos, externamente, era una máscara para protegernos (ser los más amables, mejores amigos, hijos, tratar de ser perfectos, complacer al otro para buscar su amor y no dejarnos de últimos)”, dice Ocampo.
Ella misma es un ejemplo de disposición en hacer un trabajo muy profundo de sanación. Luego de haber sido abusada en su infancia, y callar durante varios largos años, se animó a escribir el libro Vivir sin Culpa, y se especializó en sanar el niño interior para ayudar a otros curar sus heridas, su actual vocación.
“Fui abusada sexualmente a la edad de 3 años hasta los 13 años por varias personas. Vine a hablar sobre esto a los 32 años. Guardé este secreto por muchos años”. Sanar “ha sido un camino arduo”, subraya.
Agrega que cada vez que le habla a alguien lo que ha vivido y cómo ha venido conociéndose y observa como esa otra persona también comienza su proceso de curación, ella “sana aún más”.
Los beneficios de trabajar con el niño interior son muchos. Se trata de romper viejos patrones que no sirven, y es un proceso de toda la vida.
“Sanar nos libera, nos permite vivir en paz, vernos con amor, con respeto, con admiración. Nos lleva a relacionarnos con el otro de una forma sana, creando vínculos constructivos. Sanar a nuestro niño interior nos permite dejar de boicotearnos, de ir por la vida complaciendo a otros a cambio de amor y reconocimiento y nos invita a llevar nuestra vida al más alto nivel”, resalta Muñoz.
Ocampo, considera que esa sanación nos ayuda a conocernos, “porque hemos puesto máscaras durante toda la vida para protegernos. Lo que antes nos servía como niños para darnos seguridad, hoy nos está reduciendo y nos está haciendo sufrir. Como, por ejemplo, complacer al otro para que no nos deje, ser perfectos o estar en adicciones como las drogas, el alcohol, el sexo, las compras, para tratar de evitar el dolor. Y eso no somos nosotros”.
“Al sanar nuestro niño interior comenzamos a saber quiénes somos realmente, qué nos gusta y que no. Aprendemos a poner límites sanos que nadie nos enseñó. Y creo que ese es el principal beneficio. Amarnos y conocernos”, enfatiza.
Las heridas de la infancia se forman cuando menos nos damos cuenta. Por eso, de adultos, debemos tener herramientas psicológicas adecuadas para contrarrestar sus efectos en nuestra vida diaria.
Muñoz, quien se ha formado en psicoterapia de orientación psicodinámica, análisis transaccional y terapia sistémica, indica que acompaña a sus pacientes a través de la relajación profunda –hipnosis- “para entrar en contacto con sus memorias emocionales inconscientes, llegar al momento en que su niño grabó esa información dolorosa, descubrir sus creencias raíz y reprogramarlas, a través de la PNL. Esto permite darle un significado diferente a la experiencia vivida”.
Mientras que Ocampo usa la técnica del Ho´oponopono; que significa corregir un error y da nombre a una filosofía de vida que procede de Hawái, y “se basa en un proceso de arrepentimiento, perdón y transmutación que permite realizar una limpieza mental de los pensamientos y sentimientos negativos, y ayuda a eliminar los bloqueos y recuperar la paz interior”.
“El Ho´oponopono viene a ayudarnos a borrar esas memorias inconscientes y a que vivamos una nueva realidad”, añade la especialista.
Ocampo también trabaja el EFT y el tapping; que es una técnica de liberación emocional, porque, asegura, que el cuerpo es fundamental para el proceso de sanación del niño interior. “Las experiencias traumáticas se quedan estancadas en el cuerpo por lo tanto hay que liberarlos. Esa técnica es maravillosa”, asevera. Otros especialistas consideran que los ejercicios de meditación, visualización, escritura y reflexión pueden ayudar porque conducen a un proceso de autoconocimiento y desarrollo personal.
La psicoterapeuta Rachael Chatman, cita un reportaje de Well and Good, considera que el trabajo del niño interior es la forma más poderosa de curar las heridas de la infancia, y que generalmente comienza con la terapia de conversación. “Comenzamos con discusiones sobre cómo era el individuo cuando era niño, cuáles eran sus cualidades innatas, su temperamento, sus gustos y disgustos. También discutimos sus experiencias más formativas cuando eran niños pequeños”, dice.
Entre las estrategias de trabajo se incluyen alentar a un paciente a "aprovechar su creatividad e imaginación para visualizarse a sí mismo como un niño pequeño". Otra estrategia “consiste en tareas de escritura en las que los clientes se escriben una carta a sí mismos cuando eran niños pequeños. También hay una técnica de diálogo en la que el cliente tiene una conversación con su propio niño”, añade Chatham.
“Con el trabajo del niño interior, un profesional puede pedirle al paciente que traiga fotos de su infancia, que pueden ser útiles para refrescar la memoria y volver a familiarizarse con esta versión más joven de ellos”, agrega.
Todos podemos reparar nuestras heridas, reconciliándonos con nuestra infancia. Nunca es tarde para lograr reconstruirnos. Conocer tu pasado es la base para comenzar el proceso de sanación del niño interior, y recuperar lo genuino y auténtico de tu esencia, para que seas un adulto más feliz.